El vasco Mezo fue un juglar, poeta, sociólogo, antropólogo, caminante... pero sobre todo fue mi amigo
Cuando me lo presentaron, me impresionó la cicatriz que le atravesaba el rostro, un rostro noble, pero endurecido, de carácter y a la vez con armónicas facciones. Ahora lamento no haber conocido para entonces su obra previa, oculta entre las profusas oscuridades del rock producido y no difundido en nuestro medio. Intercambiamos apenas breves diálogos y me mereció todo el respeto por venir acompañado de José Beledo, gran músico uruguayo que había trabajado de arreglador para un reciente disco mío y estaba interviniendo en ese momento en uno del vasco. Unos años después, me lo crucé en un subterráneo y volvimos a charlar sobre música. Me contó de su amistad con Joaquín Sabina y puso inmediatamente de relieve que aquel era hijo de un guardia civil, haciendo una broma histriónica que no puedo recordar sobre el nivel mental de los guardias civiles. También me habló de un disco que había grabado recientemente, con arreglos de Ulises Butrón, para un sello transnacional, pero que no terminaba de salir a la venta. El asunto lo tenía impaciente y contrariado. Nuestro tren llegó a la estación en que yo descendía y no lo vi más.
Poco tiempo después, recibí de manos del mítico baterista de Almendra, Aquelarre y Tantor, Rodolfo García, colaborador en las grabaciones de Mezo, una copia en cassette de un álbum que tiempo atrás este había grabado con protagónicas intervenciones y arreglos de José Beledo. Su sugerente título era Viaje de Vida. El trabajo era absolutamente genial, no podía explicarme cómo no había obtenido más promoción y reconocimiento con semejantes canciones. La envergadura del nivel compositivo y autoral era tan impactante que Juan Carlos Baglietto popularizó versiones de algunos temas y logró hacer sonar en las radios principalmente la llamada “En este barrio”. No puedo explicar la admiración que suscita en mí su trabajo. Sólo puedo, para aquellos que no han tenido contacto con su obra, reproducir que al término de esta semblanza algunos de sus potentes textos. No creo que haya habido en el rock argentino una pluma tan tajante, una poesía tan dura y bella a la vez. Simultáneamente, su tratamiento de la música, los arreglos y la urgencia con que enmarcaba sus metáforas, utilizando un registro viril, personal y afinado, en el que resonaban vagamente ecos de colegas suyos como Víctor Manuel o Joan Manuel Serrat, aunque sin alcanzar la identificación, pusieron un sello inconfndible a sus pocas grabaciones.
Aquí es donde entra en juego el villano: la demora del sello grabador en publicar su obra, bloqueándole el desarrollo de sus planes laborales, precipitó la depresión intensa de la que Mezo era socio y su situación límite a nivel económico subsistencial lo empujó a la terrible decisión de colgarse de un árbol, en una plaza, por la garganta, justamente el órgano a través del cual propalaba su poesía, su canto rebelde y poderoso. Tenía pensado uno de sus osados conceptos de imagen para la portada del álbum, pero la empresa grabadora cambió la idea. Decidió probar si su muerte incidía en las ventas publicándolo con un árbol en la tapa y una flor que proyecta algo así como un halo de luz hacia el infinito. Eso sí, poco tiempo después de su deceso. Mal gusto y buen marketing.
Mezo Bigarrena no toleró la presión del comienzo de la “década infame”, la miserable entrada en el primer mundo del neoliberalismo. No soportó el “cajoneo” del sello grabador y posiblemente se hayan sumado móviles emocionales, afectivos, que precipitaron una resolución que, por otra parte, venía sugerida poéticamente en sus letras. El insigne vasco pasó en nuestro país menos de una década, pero marcó a fuego nuestro rock, especialmente desde sus inteligentes e hipercríticos textos. Su particular entonación le seguirá otorgando presencia, vigencia, mucho después de su partida. Seguirá siendo un héroe de las sombras, esas sombras que se proyectan cuando la luz de los éxitos no alcanza a iluminar la silueta de los genios, cercada por los muros de la indiferencia de medios de comunicación sordos, mudos y serviles.
Obtener este artículo en formato Adobe Acrobat©